jueves, 31 de diciembre de 2009

2009: Unas de cal, otras de arena




La memoria del hombre es selectiva. En el equipaje mental guardamos sobre todo lo útil. Aquello que nos desagrada, lo que nos causa cierta molestia, pasa a un segundo plano, al limbo que precede al olvido. De estos doce meses, me quedo con la sonrisa de mis hijos: el diploma de Daniela en la clausura de su año escolar; el pulgar levantado de Juan Pablo, la alegría de Álvaro por haber aprendido a leer.

Para mí, este año me dejó unas de cal y otras de arena. Como no sé si las buenas son las de cal o son las de arena, diré simplemente que logré las tres metas que me propuse el 31 de diciembre de 2008. Las malas vinieron por el lado del diario. El proyecto que trabajamos en equipo y al que dedicamos numerosas reuniones de planificación, se frustró en el camino. En todo caso, después coordinamos.

Esta noche, haré otros tres compromisos de fondo, para recordarme siempre que la vida es para vivirla, pero sobre todo para lucharla.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Reflexiones al filo de la medianoche

El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee, advierte el semiólogo italiano Umberto Eco. Lo que ocurre con los diarios es parecido: en todo el planeta, ejércitos de periodistas dedicamos jornadas valiosas a producir información para un público al que consideramos masivo, pero cuyos intereses están cada vez más segmentados y alejados de la parte de realidad sobre la cual se enfocan los reflectores de la prensa.

Con índices de lectoría en picada y resultados de distribución y venta poco atractivos para las agencias que deciden el reparto de la torta publicitaria, los diarios jugamos nuestras últimas cartas al “valor agregado” que sugieren los expertos en mercadeo. Y, así, terminamos vendiendo discos, novelas, recetas de cocina y carros en miniatura. “Usted compra su coleccionable y el periódico le llega de cortesía.”

¿Qué falló con los diarios: el emisor, el mensaje, el receptor? La respuesta sale en paquete. El público cambió para siempre con la irrupción de la televisión. Tarde o temprano, el “homo videns” de Giovanni Sartori será la especie dominante sobre la Tierra; ese ser que lee pero no comprende, que mira pero no piensa, porque terminó por amoldarse a la comodidad de una imagen que no le exige ejercicios de abstracción.

Varió también el mensaje, principalmente en sus formas. En menos de medio siglo, el texto dejó de ser el referente de verdad, para convertirse en vehículo de opinión. El video es la realidad, la palabra es la reflexión. En esa suerte de división natural del trabajo informativo, a la prensa le ha tocado la parte más engorrosa: motivar el pensamiento crítico en un público que no quiere leer, por pereza o por involución.

Lo que no ha cambiado mucho es la visión que tiene el emisor-periodista sobre sí mismo. Muchos de los colegas no terminan de procesar su propia condición de pieza menor en la maquinaria de las noticias. Y siguen pensando que los problemas se resolverán con un poco más de ingenio para crear contenido multimedia, con más fotografía digital y recursos tecnológicos para armar portales algo más vistosos.

Pero aun los escépticos y apocalípticos de la comunicación aceptarían que la convergencia de medios y su potencial pueden dar pistas para superar el estado de coma en que se encuentran muchos diarios. Otra alternativa es el reenfoque de contenidos, proceso en que el periodista Mark Briggs tiene acumulada cierta experiencia. “La siguiente frontera de la comunicación es local”, vaticina el profesor del Knight Center.

Hay tal cantidad de datos circulando en la red que la gente no tiene capacidad ni tiempo para absorber una oferta de esas dimensiones. Y, entonces, el periodismo encuentra una veta para proyectar su labor, sobre la base de referentes locales que le darían sentido y utilidad a sus informaciones. Si hace un año el grito de batalla era el “block to block”; hoy todo hace sospechar que podría ser el “door to door”.

¿Cuál será el desenlace de esta novela? Por lo pronto, más bajas en las filas de los periódicos. En segundo término, más publicaciones electrónicas sin costo para el usuario. Tercero, menos lectores, indudablemente. Y por último, más cursos en línea para aprender periodismo digital. Como si la respuesta a la crisis viniera por el lado del diseño y no desde una más consistente definición de contenidos. Hagan sus apuestas.

Turner, Warwick, Summer

Pendiente para cuando me anime.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El televisor y la tierra plana

Al final de mi infancia, la tierra todavía era plana. En 1972, llegamos de Chincha en el Ford amarillo de mi papá para instalarnos en San Felipe, y cinco años más tarde mis conocimientos de geografía aplicada llegaban solo hasta los maizales de Carabayllo por el este, y a la invasión de San Carlos por el oeste.


Por el norte, mi hermano Lucho, mis amigos del jirón Paita y yo, alguna vez incursionamos en las chacras donde después se levantaría la urbanización Tungasuca; y por el sur, el horizonte se recortaba en los cerros de Collique con sus murallas preincas, junto a la avenida Túpac Amaru.


Nuestro barrio terminaba a dos cuadras de mi casa, en un descampado donde los choferes de la línea 78 instalaron su último paradero. Esos buses pintados de rojo, con franja blanca debajo de las ventanas, eran la única posibilidad de contacto con el centro de Lima y cubrían la ruta Comas-Dos de Mayo en una hora con diez minutos.


Hasta hoy no sé por qué, pero en San Felipe todos los domingos eran soleados. Mi mamá fue la primera en notarlo, así que invitaba a mis tíos a que nos visitaran precisamente esos días. Los fines de semana no teníamos más obligación que hacer las tareas escolares y nos quedaban las tardes libres para disfrutar a nuestras anchas en el patio del fondo, en el segundo piso, o con los amigos que vivían cerca al Colegio 2049.


Un manzano y un palto crecían en el jardín posterior, y una acacia y un caucho de tronco grueso adornaban el jardín delantero. Además, mi papá había sembrado una buganvilla que floreaba de fucsia intenso a un costado de la cochera. Teníamos una campanilla, un cardenal, un jazmín y un floripondio, orejas de elefante, costillas de Adán, hierbaluisa, siemprevivas y helechos. Atrás, una parra daba sombra y racimos de uva sobre un patio de piso rojo, donde armamos dos columpios con soga y asientos de madera. Allí mismo, alguna vez cultivé nabos y rabanitos.


Por varios años, nuestro televisor fue el mismo que nos acompañó en la mudanza Chincha-Lima: un rectángulo de madera con cuatro patas oblicuas, una pantalla verdosa y dos perillas del tamaño de una mandarina, una para cambiar los canales y otra para graduar el volumen. La marca del aparato no la recuerdo; lo que no olvido nunca es que sus imágenes eran en blanco y negro y que funcionaba una vez a las quinientas.


Algunas tardes, conversando con mi hermana Patricia y mi mamá en la casa de Santa Isabel, nos hemos preguntado si no habrá sido por ese bendito aparato y sus fallas permanentes que todos nosotros salimos tan buenos alumnos en el colegio. Mi hermana Camucha es imbatible en todas las materias; Lucho es genial en matemáticas, lo mismo que Patty. Humildemente, yo me defiendo en todo aquello que no es ciencias y que la gente, para abreviar, prefiere llamar simplemente “letras”.


Por culpa de ese maldito televisor, por ejemplo, nunca pude participar con seguridad en las conversaciones de mis amigos sobre las aventuras de Marco, la adaptación en dibujos animados de una de las historias de la novela Corazón. De todos los capítulos de media hora que transmitió el Canal 5 con sintonía total por los años 70, nosotros habremos visto completos no más de cuatro.


Cuando tratábamos de regular los tonos claros y oscuros para apreciar mejor las imágenes, aparecían rayas horizontales que malograban todo. Cuando lográbamos estabilizar el cuadro, se iba el sonido. Y cuando recuperábamos las voces, la pantalla se partía en dos e invertía la imagen, de modo que veíamos los zapatos arriba y los pelos abajo. Cuando resolvíamos todas esas deficiencias, el programa había terminado.


Al pobre armatoste le hacíamos cosas con alicates, desarmadores y alambres. Sin embargo, puedo decir con orgullo que nunca recurrimos al método del martillazo.


Con la astucia adquirida en sus años de maestra rural, mi mamá nunca mandó a arreglar en serio ese televisor. Venía un técnico, destapaba la máquina y pedía que compráramos repuestos para reemplazar los tubos quemados. Mi mamá recibía el papelito con las indicaciones y respondía: “Lo llamaré cuando haya comprado las piezas nuevas.” Nunca llamaba.


Así pasamos varios años, aplicando una variante del evangelio de San Mateo: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el televisor.” Nuestras noches no eran de telenovela sino de conversaciones. Teníamos libros por toda la casa y los revisábamos tendidos de barriga sobre los vinílicos de la sala. Escuchábamos la radio, contábamos cuentos de fantasmas y recorríamos continentes con la imaginación, volando sobre los mapas de un Atlas gigante de tapa dura, que vino de regalo con la enciclopedia Temática de catorce tomos.


Gracias ese aparato de cuatro patas, yo no vi Marco en dibujos animados, pero sí leí “De los apeninos a los andes” –más emotiva, más dolorosa, más contundente– en las páginas de Corazón, contada en palabras del propio Edmundo de Amicis. Con mis hermanos pasó lo mismo: cada uno aprovechó a su manera aquellos tiempos de sequía televisiva.


En Buenos Aires, hace un par de años, cuando visité Caminito con María Ynés, los murales sobre inmigrantes italianos cerca del puerto me transportaron a la historia de Marco y su mono, a mi viejo televisor blanco y negro, a la mirada de mi mamá. Y aterricé como por arte de magia en mi infancia en San Felipe, cuando la tierra era todavía nueva e inevitablemente plana.

martes, 1 de diciembre de 2009

INEN: 12 mil nuevos casos de cáncer cada año

En la radiografía de la salud pública en el Perú, la sombra del cáncer se expande sin remedio ni solución a la vista. Solo este año, 12 mil personas fueron diagnosticadas con diversos tipos de linfomas, sarcomas y carcinomas, según estadísticas del Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN).

Una vez más, las matemáticas pueden ayudarnos a visualizar la dimensión del problema: 12 mil casos al año equivalen a mil por mes; a 33 por día y a 1.38 nuevos casos por hora. Cuando termine de escribir este post, al menos una persona recibirá la demoledora noticia: “Tienes cáncer”.

Los médicos del INEN y su director, el ex ministro Carlos Vallejos, se esmeran en promover campañas de información. “El cáncer no se cura, pero puede prevenirse”, es su lema de batalla. Por ahora, solo piden más presupuesto para descentralizar su instituto y abrir filiales en Junín y Loreto.

¿Por qué son importantes las sedes regionales? Primero, porque el cáncer ya alcanzó niveles de pandemia y no hace distinción entre capital y provincia, ni entre zona rural y sector urbano. Y segundo, porque el traslado de los enfermos a Lima eleva los costos de un tratamiento de por sí sumamente caro.

Además, el soporte de la familia suele jugar un papel clave en la recuperación de los pacientes. Transitar el post operatorio después de una gastrectomía total es una cosa cuando tienes a tu esposo y tus hijos al lado; y es otra completamente diferente si sólo te atiende un técnico en enfermería cada cuatro horas.

Para quien debe enfrentarse al cáncer, las palabras más difíciles de escuchar en la boca de un médico son seis: “Ya no hay nada que hacer”. Las más alentadoras, en cambio, son tres: “Vas a curarte”. Si en la ruleta oncológica te toca esta segunda opción, dale gracias a Dios y pon todo de tu parte.

Sin embargo, no es buena idea dejar las cosas en manos de la suerte. Si tienes brevete, sabes que lo mejor es manejar a la defensiva para evitar accidentes. Del mismo modo, en el terreno de la salud, lo mejor es asumir estilos de vida sana. La información está disponible por todas partes.

El doctor Vallejos propone que se fije en 60% el impuesto a los cigarrillos, lo cual encarecería el tabaco pero difícilmente frenaría su consumo. Y es que en la lógica de algunos fumadores, quienes no nacieron con genes cancerígenos no desarrollarán la enfermedad ni aunque se fumaran un container repleto de puros.

Cuatro años y cuatro meses después de mi propio diagnóstico, lo único que puedo recomendar a mis amigos es que se hagan un chequeo periódico. Las molestias de un control oportuno son nada en comparación con las penurias de un caso perdido.

Acompaño este post con la foto de unos plátanos sembrados en el sétimo piso de un edificio en el corazón de Miraflores. En principio, se me ocurrió que el ocupante de ese departamento sería un estrafalario amante de las plantas. Ahora, le otorgo el beneficio de la duda y pienso que quizás se trate de alguien que solo espera respirar un poquito más de oxígeno, en una ciudad invadida por el smog y el caos.

jueves, 26 de noviembre de 2009

¿El último verano de Ancón?

Con el solsticio del 21 de diciembre, en tres semanas comenzará lo que podría ser el último verano de Ancón. En esta pequeña bahía al norte de Lima –el balneario más exclusivo de la capital en la década de 1970—, la empresa Santa Sofía espera una licencia para iniciar la construcción de un puerto en el primer semestre del próximo año.


A juzgar por lo que se dice en la prensa y lo que se lee en Internet, la población anconera parece estar dividida. La mayoría se opone a la construcción del puerto; pero hay también quienes están a favor.


En la esquina verde, pescadores artesanales, propietarios de edificios con penthouse, pequeños comerciantes y veraneantes nostálgicos hacen causa común para enfrentarse a la operadora portuaria del poderoso grupo Romero.


En la esquina roja, una asociación de micro y pequeños empresarios se pone en línea con Santa Sofía, para reclamar las oportunidades de “trabajo digno” que sus miembros dicen no haber tenido nunca y que creen encontrarán con la llegada de buques cargueros, grúas y camiones de gran tonelaje.


En su página web “No al puerto de Ancón”, los defensores del esquema balneario hacen advocacy. Se quejan del peligro de contaminación marina y presionan para que las autoridades del Gobierno no den luz verde a la obra. Su argumento es la conservación; su demanda es el respeto por la naturaleza; y su objetivo es mantener la bahía tal como está ahora.


Los promotores de la página “Sí al puerto de Ancón”, en cambio, apuestan por la contundencia de las cifras y aseguran que el puerto generará 320 empleos directos y mil indirectos en su etapa de operación, de aquí a dos años.


“Es decir, los pobladores de Ancón podrán tener sus propios negocios, como bodegas, restaurantes, se impulsará el turismo, habrá más pasajeros para los mototaxistas, entre otros, pues habrá mayor movimiento comercial”, aseguran, con la lógica del bulldog que espera tranquilo a un costado de la mesa, confiando en que en algún momento sus amos lanzarán el hueso con hilachas de carne.


Aprovechando los recursos de la fotografía satelital, los contrincantes han proyectado a su manera lo que sería Ancón con el puerto clavado entre sus aguas.


La gente del “Sí” coloca una inofensiva “T” de color amarillo sobre el sector norte de la bahía y jura que los diques, los rompeolas y los espigones no afectarán la pesca artesanal, los deportes acuáticos ni las actividades de veraneo.


La oposición –llamémosla así, a tono con la jerga política— considera que todo eso es mentira y que los promotores del puerto, con su pequeña “T” en yellow, ocultan la verdadera magnitud de las obras. Según el boceto “La realidad”, las operaciones portuarias ocuparán casi del 50 por ciento de la bahía, hiriendo de muerte a la pesca, la regata y el descanso de verano.


Para no chocar de nariz contra la población, la empresa del grupo Romero prefiere jugar sus cartas a un estudio de impacto ambiental que, eventualmente, demostraría que el puerto no causará contaminación ni afectará la pesca.


Una vez más, conservación y desarrollo encuentran una nueva “Bombonera” para medir fuerzas. Es cierto que el desarrollo y el capital no tienen por qué ser sinónimo de destrucción, pero eso ocurre cuando el Estado asume su papel de mediador y garante del cumplimiento de las normas ambientales.


Con aires de lejanía entre quienes disfrutan sus vacaciones en el sur, y de incredulidad entre quienes alguna vez fuimos asiduos de sus playas, lo peor que puede ocurrirle a esta bahía es la indiferencia. Ojalá que no sea éste el último verano de Ancón.

martes, 24 de noviembre de 2009

Recomendación para Meche

La dictadura del diseño está vigente en todas partes: si en el periódico donde publicas te piden 2,000 caracteres por nota, ni modo. Lo mismo sucede en el diario donde trabajo: 4,000 caracteres para un informe central y punto.

Debes acostumbrarte a trabajar bajo las normas de la diagramación. Hay cierto sentido en eso. Si uno presenta páginas recargadas de texto, espantamos a los lectores. La gente no lee.

Respecto a los artículos que quieres escribir, mi consejo es que abordes aquellos temas que conciernen directamente a la gente. ¿Cuáles son esos temas? Creo que básicamente tres. Te van a sonar a aceite de culebra, pero hay que tratar de entender el asunto con inteligencia. Lo que mueve a la gente es el tridente del bienestar: salud, dinero y amor.

Vamos por pasos. Todo aquello que tenga que ver con la salud interesa a la gente. Todo el mundo quiere estar sano, naturalmente, todos buscamos el bienestar. Claro que esto no debe llevarnos a actuar como curanderos y a escribir sobre el guanarpo y sus efectos sobre la erección ni sobre las bondades del ajo macho.

En un artículo serio, podemos abordar la problemática de la salud, las carencias del sistema público de hospitales, las pillerías de los seguros privados, los esfuerzos de las universidades para encontrar tratamientos alternativos para las enfermedades tropicales, las iniciativas de las ONG por llevar educación sexual a los colegios, etcétera.

En lo que respecta al dinero, aquí sí cae todo el mundo. A la gente le hablas de plata y abre los ojos como quien ve a un fantasma. Entonces, podemos escribir artículos sobre el empleo, la informalidad laboral, los nuevos emprendimientos, las oportunidades de negocio, las alternativas de microexportación. Toquemos los temas que atraen el interés colectivo.

Y sobre el amor, no hay grandes secretos. La súper taquillera saga cinematográfica Starwars de George Lucas fue un éxito no solo por sus efectos especiales, sus extraterrestres y sus naves interestelares, sino porque contaba una historia de amor: la de la princesa Leia con el trotamundos Hans Solo.

El reto es encontrar el ángulo del romance –de las relaciones interpersonales, si quieres, para sonar más a lenguaje de ONG— en las historias cotidianas.

Y entonces nos topamos con que podemos trabajar perfiles interesantes. La indigenista Dora Mayer vivió “templada” de su colega Pedro Zulen en medio de las luchas por los derechos del indio a principios del siglo XX. La suya era una historia de amor, y su telón de fondo se armaba con las reivindicaciones populares en un período en que la sociedad contemporánea despertaba a la formación de los grandes partidos de masas.

Esa historia de amor, por ejemplo, nos da pie para hablar de realidad social, de lucha de clases, de derechos conculcados. Y, así, podemos encontrar otros motivos para artículos interesantes.

En resumen, mi consejo es que sigamos la pista del “tridente del bienestar” con dignidad y elegancia, sin caer en la cursilería y el facilismo de la prensa basura.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El tercer y último mito que puede llevarnos a la ruina

Elizabeth Tavera es lingüista, catedrática y enemiga declarada del barroquismo en la redacción de documentos. El miércoles de esta semana, ella se reunió con una veintena de funcionarios públicos y consultores de organismos cooperantes, para conversar sobre un tema que nos atañe también a los periodistas: el lenguaje llano.


Para quienes todavía no han reflexionado al respecto, habría que partir diciendo que el asunto del lenguaje tiene una variable muy vinculada con el ejercicio de los derechos ciudadanos.


Un comprador que no entiende lo que Saga coloca en letras pequeñas al final del contrato para la compra de un televisor, difícilmente podrá tomar una decisión informada y, entonces, se verá obligado a pagar con la boca cerrada los intereses, portes y comisiones que la tienda establece con amplio margen a su favor.


Lo mismo sucede con el contribuyente que no comprende las reglas de la Sunat para el pago de impuestos. Términos como percepciones, detracciones, PDT y tratamiento arancelario saben a chino para el trabajador común y corriente que tiene la intención de abrir un negocio. Por eso, la tributación termina convertida en una valla con charco para la formalización de la pequeña empresa.


Ejemplos para entender cómo la redacción engorrosa de los documentos públicos limita el ejercicio de los derechos ciudadanos hay de sobra. Después de presentar su ponencia en power-point, la profesora Tavera distribuyó fotocopias con un texto para jalarse los pelos. Era un fallo judicial con la historia de una mujer que fue agredida por un sujeto que se negaba a reconocer la golpiza.


No era para reírse, pero la redacción de la sentencia se prestó a la chacota entre los asistentes a la reunión. Y es que el lenguaje de los magistrados y los abogados –por esos misterios de la cartografía política— está cargado de formas arcaicas, moldes ininteligibles y referencias ampulosas a hechos y situaciones que podrían contarse con más simpleza.


Junto al fallo, Elizabeth colocó el mismo texto reelaborado en lenguaje llano. El cambio saltó a la vista: la sentencia laberíntica se había transformado en una crónica con el relato detallado de la agresión, los exámenes a los que se sometió la agraviada para reclamar justicia, los alegatos del sinvergüenza y el sorprendente argumento del juez para otorgar una sanción benigna.


Entre los presentes estaba un señor de la Academia de la Magistratura y trató de vender la idea de que las sentencias no se redactan para que las entienda el público masivo, sino para que las comprendan los abogados de las partes. Es decir, para un público especializado que conoce de leyes y jurisprudencia. Pese a sus esfuerzos por convencernos, nadie le dio la razón.


Entonces, otra vez la pregunta: ¿Y qué tiene que ver todo esto con nuestro diario? Pues, mucho. Como periodistas, trabajamos con el idioma y somos responsables de “traducir” conceptos complejos de la economía, la política y el derecho a un lenguaje asequible para el público promedio.


“¡Pero, mi público es especializado!”. Adivino el comentario en algunos de nuestros colegas, para justificar las “sábanas” plagadas de tecnicismos, párrafos kilométricos y referencias a códigos que nadie conoce. Es cierto, las personas que reciben El Peruano son, en su mayoría, profesionales, ocupan cargos de responsabilidad, toman cursos de actualización una vez al año y viven pegados a la Internet. Pero, en el fondo, son lectores como cualquier otro: si un texto periodístico les gusta, lo leen; si no, pasan a otra cosa.


Años atrás, le planteé el tema a Xavi Díaz de Cerio, en las semanas en que preparábamos el relanzamiento de nuestro periódico. En una de las reuniones matinales entre redactores, fotógrafos y editores –esa en que Tarqui se cayó de la silla con tal estrépito que provocó la risa general— Xavi fue contundente para responder: “Eso del público especializado es un pretexto de los periodistas que no saben escribir.”


En resumen, amigos, el argumento del “público especializado” es el tercer y último mito que debemos desterrar, en nuestro propósito de armar un diario más amigable con nuestros lectores.

La vida es para vivirla

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Otro mito que puede llevarnos a la ruina

La mañana en que llegué hasta el portón de El Peruano en el jirón Andahuaylas para pedir una oportunidad como redactor, llevaba en la cabeza una serie de prejuicios sobre el trabajo de la prensa oficial que he ido descartando de a pocos.

El más importante de estos prejuicios es el mismo que aun repiten –en tono de crítica— algunos colegas que prestan servicios en los diarios privados. Y es el mismo que todavía percibo en ciertos compañeros de El Peruano, en nuestro trato cotidiano.

Para ser sincero, muchos de estos amigos no tienen un argumento explícito y articulado. Pero, palabras más, palabras menos, dicen así: “En El Peruano no hay libertad para hacer periodismo; no hay posibilidad de criticar al Gobierno.”

Augusto Álvarez Rodrich, ex director de Perú.21, podría darnos una pista más personal para entender el problema de fondo. En un panel con editores y directores de diarios de la Comunidad Andina, en 2007, Augusto planteó una situación inquietante.

Como no recuerdo sus palabras exactas, voy a parafrasear. Pelearse con los propietarios del Grupo EC –comentó– es pelearse con cuatro diarios, dos canales de televisión y tres revistas al mismo tiempo; así que más vale pensarlo dos veces. Si de trabajo se trata, se te cierran un montón de oportunidades.

Es cierto que Álvarez Rodrich dijo también que nunca había recibido presiones para no tocar en Perú.21 casos espinosos en los que estaban en juego intereses vinculados al grupo. Y que incluso se sentía en libertad para cuestionar, en su columna, la línea editorial de la nave nodriza. Lo que vino después para él es historia conocida.

¿Y qué tiene que ver todo esto con El Peruano? El apunte del ex director es valioso porque muestra de primera mano, y al más alto nivel, la realidad de la prensa en nuestro país. El ejercicio del periodismo afronta restricciones innegables, no siempre escritas pero sí bien definidas por quien controla el medio.

Al grano. Como entre brujos no vamos a adivinarnos la suerte, admitamos que todo periodista sabe que cada medio de prensa coloca sus propias advertencias en el terreno de la información: “Peligro, campo minado”.

Sin embargo, incluso aceptando esta realidad, me animo a asegurar que en el diario del Estado trabajamos con menos barreras que en la prensa privada, donde los intereses del inversionista al timón son sagrados y deben defenderse –obvio– hasta con la última gota de periodismo independiente.

Lo que me queda claro es que el equipo del diario oficial tiene un territorio amplísimo para desarrollar información con espíritu crítico y ánimo constructivo. Por ejemplo, yo no observaría un artículo que me dijera que Cajamarca y Huancavelica generan miles de millones de dólares en minería y, pese a ello, son las regiones con la mayor pobreza extrema por una deficiente intervención del Estado.

Nadie debería saltar de su asiento por una verdad bien dicha. En el fondo, ejercer un periodismo plural que aprende a combinar el cuestionamiento con la propuesta nos ayudará a ganar público y prestigio. No olvidemos que el objetivo en la nueva etapa que estamos por comenzar es hacer de cada comprador un lector.

Finalmente, entonces, no nos jalemos los pelos con el rollo de que en El Peruano no hay libertad para criticar ni para hacer periodismo. Ese es otro mito que puede llevarnos a la ruina y que, por cierto, estamos decididos a desterrar.

martes, 13 de octubre de 2009

Un mito que puede llevarnos a la ruina

Por si alguien aún no lo ha notado, en tiempos de libre tránsito de noticias y acceso masivo a las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, resulta poco menos que una candidez la creencia de que todavía existen diarios con público cautivo.

Gente que conozco de cerca se atrinchera detrás de esa idea confusa, sin mala intención, y proyecta estrategias de supervivencia sobre la base de tal engaño. Han escuchado esa prédica cientos de veces y la repiten como el alumno más memorista y más aplicado.

Quizás no reparan en que, con el control remoto en una mano y el mouse en la otra, no hay en la tierra nada más infiel que el público posmoderno: su meta es la satisfacción, su enemigo es el aburrimiento y su táctica es el cambio, de canal o portal.

El “zapeo” es a la televisión lo que el “webeo” sería a la red. Sin embargo, después de una ronda, el televidente vuelve al programa que captó un poco de su interés, y el internauta regresa a la página anterior si necesita un dato extra.

Con los diarios, en cambio, no hay término medio: si te gusta, lo tomas; si te aburre, lo dejas o te vas directo a las notas faranduleras. El drama se ahonda si da la casualidad de que no publicas sección Espectáculos.

Por eso, el primer mito contra el que debemos dar batalla urgente es ese: “Tenemos mercado cautivo”. Surgió, supongo, de la confianza de manejar un producto diferenciado al que solo se podía acceder comprando el combo completo.

En los años 80, cuando escaseaba la leche, la única forma de conseguir el codiciado tarro de Gloria era comprar también papel higiénico, hojas de afeitar, duraznos en lata, Serena y Kolynos. El bodeguero reinaba a sus anchas y entregaba el “producto estrella” a precio de sangre. Pero eso mismo no se puede hacer con un diario. Y menos ahora que la Internet da tantas facilidades para difundir contenidos.

Peor aun. Con el paso del tiempo, el mito parece haberse convertido en excusa para una carencia de ideas que bloquea el tránsito hacia una renovación que la gente y los estudios de mercado reclaman a gritos.

viernes, 2 de octubre de 2009

El papel y la red: ¿excluyentes o complementarios?

Cuarenta años atrás, cuando la gente tenía que comprar el diario y darse el trabajo de leerlo de cabo a rabo para enterarse de lo que pasaba en el mundo, la tarea de editar un periódico con las notas “de ayer” tenía una justificación razonable.


Excepto una que otra entrevista, los noticieros de la radio local se apoyaban en resúmenes de lo publicado en la prensa, mientras que el alcance y la cobertura de la televisión eran todavía limitados. Así, los medios de información por excelencia eran los periódicos.


Hoy, sin embargo, redactores y editores sabemos que no tiene mucho sentido dedicar secciones enteras a presentar solo lo que ocurrió el día anterior, como si tratáramos con un público que no escucha radio, no ve televisión ni navega en la red.


En Lima Metropolitana, el 22.6 por ciento de las familias tiene acceso a Internet en casa; mientras que en el resto urbano del país la penetración en los hogares alcanza al 8.2 por ciento, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística e Informática.


El proceso de cambios como consecuencia de los avances en la tecnología obliga a modificar enfoques a todo nivel. Los estudios sociológicos y de mercadotecnia, por ejemplo, hace mucho que dejaron de hablar solo de “ciudadanos”, para pasar a analizar a los sujetos también como “consumidores” y luego como “internautas”.


Los indicadores sobre uso de Internet van en aumento y eso explica por qué los diarios más importantes –también las principales estaciones de radio y televisión— apuestan por difundir su información en línea, actualizándola en tiempo real y enriqueciéndola con el aporte de su público.


En este mismo momento, los grupos de comunicación más serios están reservando para sus ediciones en papel una función abiertamente diferente a la de difundir notas redactadas con la técnica de la pirámide invertida.


Entre los periodistas con los que trabajo a diario, existe claridad respecto a este dilema. No es “la red o el papel” como alternativas excluyentes, sino “la red y el papel” como soportes complementarios.


En cualquier caso, si queremos permanecer en el periodismo, no es momento de medias tintas. Insistir en un diario que solo les cuenta a sus pocos lectores lo que pasó ayer es navegar contra la corriente. Más que eso: es cometer suicidio financiero tomando el veneno con cuentagotas. Salvo que nuestro rubro no sea precisamente la información. ¿Será cierto eso?


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PIE DE PÁGINA. Ayer brindamos por el Día del Periodista. Las fotos corresponden a esta pequeña celebración “in house”.

martes, 29 de septiembre de 2009

¿La sobrepenalización del delito menor favorece al crimen organizado?

En sintonía con el estado de ánimo de la gente, la prensa y los periodistas alientan el endurecimiento de las penas contra el delito menor, sin detenerse a reflexionar sobre las implicancias de su demanda.


El público lo pide: A Lurigancho el “cogotero” de la avenida Alfonso Ugarte; a Canto Grande el piraña que aplica la técnica del “bujiazo” para llevarse una radio que venderá en la cachina a veinte soles; a Sarita Colonia el ladrón de teléfonos celulares que ronda las academias de Wilson.


Los políticos captan el mensaje y hacen lo suyo. A principios de setiembre, la Comisión de Justicia del Congreso aprobó una serie de modificaciones a la legislación penal, incluyendo una sanción de 12 años de cárcel para el ladrón reincidente, sin importar el monto de lo robado.


“Esta es la partida de defunción para estos delitos, porque no importa el monto de la falta cometida contra la ciudadanía; si (el ladrón) es reincidente, será sancionado con pena privativa”, explica el parlamentario Rolando Sousa, granjeándose el aplauso de los internautas que opinan en las páginas web de los medios de Lima.


La gente está harta del robo callejero y de los asaltos a domicilio. No obstante, si de partidas se trata, aún queda mucho por evaluar en el campo de la seguridad ciudadana. Es probable que esta sea la “partida de defunción” del delito menor –como aseguran los otorongos–, pero puede ser también la “partida de bautizo” del crimen organizado.


¿Alguien puede dudar, acaso, de que la cárcel es la universidad de la delincuencia? La mayor parte de los secuestros cometidos en los últimos tres años en el país se planificó en las celdas de los penales de máxima seguridad. Y de allí salieron también las órdenes para sangrientos ajustes de cuentas con muertos y heridos.


Meses atrás, el distrito de Pueblo Libre puso a funcionar su Registro Digital de Infractores, para fichar a todo aquel que fuera sorprendido haciendo pillerías en esta jurisdicción. El alcalde Rafael Santos celebra los resultados de su iniciativa: “Aquí, la delincuencia disminuyó en 50 por ciento”, asegura. Es decir, los rateros migraron a los barrios vecinos.


El problema de fondo es que la sobrepenalización del delito menor terminará favoreciendo al crimen organizado. Por paradójica que resulte la escena, si para un ladrón al paso ya no es negocio “trabajar” por su cuenta, a la corta o a la larga terminará enrolado a bandas de alcance mayor, que le proporcionarán seguridad –faltaba más– y recursos en flujo constante.


No es necesario ser un gurú de las políticas públicas para prever que las mafias de la droga, por ejemplo, tendrán la mesa servida para captar con mayor facilidad a estos elementos, que actuarán bajo sus órdenes como “burriers”, vendedores al menudeo, sicarios, lavadores de dinero y soplones a sueldo.


El canciller García Belaunde acaba de informar en la ONU que el Estado peruano invierte 600 millones de dólares al año para luchar contra el narcotráfico, un enemigo que mueve treinta veces más: 20 mil millones de dólares que le permiten saltar sin mayor dificultad los controles de la ley. Por eso, las prisiones están llenas de “burros”, pero no de “barones de la droga”.


Si la estrategia contra el delito se limita a meter más gente a la cárcel, estamos en la ruta incorrecta. Hace falta diseñar también políticas eficaces de reinserción social y, sobre todo, garantizar oportunidades de educación de calidad y empleo para los jóvenes, que constituyen el sector más vulnerable en un contexto de crisis y crimen en alza.


Aun cuando la pobreza no es justificación para el delito, hay que aceptar que sí crea condiciones para su expansión. En medio de este panorama complejo, los modelos de consumo que proyectan los medios de comunicación aportan muy poco en una tarea de contención que debería ser colectiva y de consenso.


Así como la policía, los jueces y los fiscales tienen un papel importante que cumplir, es urgente que los ciudadanos y el sector privado asuman también su cuota de responsabilidad en esta lucha, antes de que el país termine irremediablemente cubierto por el manto oscuro del crimen organizado.

jueves, 24 de septiembre de 2009

A propósito del fallo contra Efraín Rúa


A propósito del fallo judicial que condena a Efraín Rúa a dos años de prisión suspendida y lo obliga a pagarle cinco mil soles al hijo del Presidente, me animo a plantear un par de ideas con las que muchos de nuestros colegas periodistas no van a estar de acuerdo.


Primero, creo firmemente que no basta con una versión de parte para achacar delitos a nadie. A riesgo de simplificar las cosas en extremo, diría que si alguien me llamara al diario para contarme que fulano le robó mil soles, eso no sería suficiente para que yo al día siguiente publicara: “Fulano es ladrón”.


Estoy seguro de que algunos colegas dirán que esa sería una actitud timorata, indigna del periodismo de investigación, poco comprometida y obsecuente. La prensa es un poder fiscalizador, de acuerdo. Sin embargo, creo que su primer compromiso es con la verdad, llegando a ella mediante la comprobación de los datos.


Hace unos años, cuando un presentador de televisión de bigotes frondosos intentó involucrar a Valentín Paniagua en tratos oscuros con Montesinos, la opinión pública reaccionó con indignación y apoyó en forma unánime el “cuadre” que el entonces Presidente le metió en vivo al periodista de marras.


Era domingo por la noche y el hombre del bigote tenía una fuente. De modo que para embarrar a Don Vale, se limitaba a citar a su fuente: un chofer que aseguraba ser testigo de encuentros del ex presidente con la gente del SIN. Luego se supo que nada era verdad. Y la condena ciudadana contra esa calumnia logró meter en el congelador al presentador en mención, con bigotes y todo.


¿Calumnió o no ese periodista al querido “Don Chaparrón”? ¿Fue él o fue la fuente? ¿Cuál es la responsabilidad de quien expande una mentira? ¿Cuál es la diferencia, entonces, entre ese caso con matices montesinistas y lo que acaba de ocurrir con el fallo de las cinco lucas grandes?


Para mí, hay dos diferencias claras. Uno, Don Valentín gozaba de la simpatía general. Dos, Efraín Rúa es un periodista honesto.


Más allá de eso, la honra de las personas debe estar por encima de los criterios periodísticos de la exclusividad y la primicia. Todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario. No es mi intención dar lecciones de ética periodística a nadie, y menos todavía a un hombre con la trayectoria de Efraín.


Segundo, si luego de la apelación respectiva la justicia insiste en que se paguen los cinco mil soles, propongo que hagamos una cadena de solidaridad y que seamos trescientos, quinientos, mil los periodistas que paguemos juntos ese monto, con un pronunciamiento público exigiendo administración de justicia transparente y oportuna para todos los peruanos.


Respecto a este tema, mi amigo Fidel Gutiérrez se pregunta si se han pronunciado ya el Colegio de Periodistas, la Federación y la Asociación. ¿Existen acaso esos gremios? Tienen personería jurídica, es cierto; pero, ¿tienen legitimidad, nos representan en realidad a los periodistas?


Anoche, mientras discutía el problema con tres colegas de San Marcos –una de ellas defensora acérrima de Efraín—, recordé una frase que bien viene al caso. Se la dijo el tío Ben Parker al Hombre Araña, a bordo de un automóvil: “Recuerda, Peter: un gran poder conlleva una gran responsabilidad.”