viernes, 1 de mayo de 2009

Uno, dos, tres... probando


He comentado esta idea con mi amigo Eduardo Kohatsu en las últimas tres semanas. El proyecto sigue su proceso natural de maduración. En la imagen, las fotografías y los textos son ficticios todavía. Espero también los comentarios de Ricardo. Por el momento, me mantengo en espera... uno, dos, tres... probando... uno, dos, tres... probando...

martes, 28 de abril de 2009

Del discurso a la práctica, señores


No basta con pregonar por aquí y por allá que la “U” es el cuadro más “copero” del país. La verdad, no debería importar mucho si tal o cual club clasificó más veces a la Libertadores, sino cuánto avanzó cuando le tocó medir fuerzas con otros campeones de América.

En el fútbol, como en cualquier otra actividad humana, toda condición superior tiene que refrendarse con hechos. Por eso, como hincha crema, no me conformo con lo que vi esta noche en el Nuevo Gasómetro de Buenos Aires.

No me conformo, sobre todo, con la actuación de algunos jugadores que no están para vestir la camiseta merengue. Calheira y Perillo, por citar dos de los casos más clamorosos, no tienen talla deportiva para ocupar plazas en Universitario.

En el país hay respeto irrestricto por el derecho al trabajo, pero así como el trabajo dignifica al hombre, el buen rendimiento laboral es una señal de respeto hacia quienes le dan a uno el puesto y la oportunidad de ganarse la vida. A Calheira lo contrataron para que meta goles. Y eso es lo que menos hace en la cancha. A Perillo le pagan para lo mismo.

Las palabras del técnico Juan Reynoso después de la derrota que nos dejó fuera del torneo continental tampoco me satisfacen. Tengo la impresión de que la “U” llegó al partido con San Lorenzo pensando que la mesa estaba servida, y tomando por absolutas las predicciones de algunos comentaristas del medio que saben más de aritmética que de fútbol: “Tendría que ocurrir una catástrofe para que Universitario no clasifique a la siguiente ronda”.

Y la catástrofe ocurrió. Porque el equipo jugó a no perder 4-0. Porque el equipo regaló todo el primer tiempo a un rival que necesitaba reivindicarse con su hinchada. Porque el equipo jugó todas sus cartas a que el Libertad no tropezaría ante San Luis, en Paraguay.

Señores, si somos el cuadro más “copero” del país, entonces es momento de pasar del discurso a la práctica y hacer un buen papel y no un papelón en la Libertadores. Y en ese esfuerzo, todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad: los directivos, el plantel, la hinchada.

Una cabeza de chancho para los responsables de esta eliminación. Una cabeza de chancho bien cargada con gripe porcina.

Sobre cartas e idiomas


Para leer Miguel Strogoff, dibujé un pequeño mapa de Asia, con su cadena de montes urales, el mar Caspio y la meseta de Siberia, en un block que llevé a todas partes por casi dos semanas. Garabateaba sobre él cada movimiento del valiente correo del zar y, de cuando en cuando, me animaba a bosquejar escenas de aventuras a partir del relato de Jules Verne. Me acuerdo de la novela porque yo también, alguna vez, mandé una carta a Rusia.

Ahora que lo pienso mejor, ese fue un mensaje un poquito tonto. Para empezar, enumeraba del uno al diez los nombres de las canciones que en 1980 quedaron entre las favoritas del ranking de Once Sesenta, la radio de moda hacia finales de la dictadura de Velasco y Morales Bermúdez.

Mi hermana Carmen había partido poco antes para estudiar en una universidad de Moscú y yo –diré como excusa que entonces tenía sólo trece años— creía que aún le interesaban los resultados de la “más-más” de radio Panamericana y los top ten de Billboard. Seguro que mi cartita hablaba también de fútbol y otras cosas sin importancia.

Por esa temporada empecé a estudiar inglés en el ICPNA, con el clásico “choral repetition” en clases de dos horas diarias. Mi hermano Lucho y yo tomábamos los micros de la 37, que nos dejaban en la esquina de Abancay con Cusco. Nos matriculamos en el horario de 5.30 a 7.30 de la noche, de modo que todo el verano tuvimos que interrumpir las tardes con los amigos para darnos un duchazo al paso y salir volando hacia el instituto.

De todas esas lecciones, me quedó grabada la historia de los Martínez, la familia mexicana que migró a Estados Unidos en busca del “sueño americano”. En teoría, uno iba siguiendo las venturas y desventuras de sus integrantes como telón de fondo en el paulatino aprendizaje de la lengua de Shakespeare.

El año pasado, a propósito de las cumbres de ALC-UE y APEC, los periodistas del diario tomamos un curso de inglés intensivo. La idea era que cada uno de nosotros estuviera en condiciones de entrevistar en inglés a cualquier presidente que se nos cruzara en el camino. Esto es solo un decir, claro.

La verdad es que las medidas de seguridad fueron tan estrictas que nadie tuvo la ocasión de intercambiar palabras con ningún mandatario angloparlante. Por allí, a algunos nos quedó el consuelo de conversar en inglés con colegas llegados de Europa y Asia que, por cultura general, sabían también el castellano y tenían –como nosotros— las mismas intenciones de practicar su segundo idioma.

Daniela, mi hija, está aprendiendo inglés y francés en el colegio. Está en sexto grado y si bien no se puede decir que domina ambos idiomas, se comunica apropiadamente en cualquiera de los dos. Quien “la rompe” con los idiomas es Ana, mi sobrina: habla ruso, castellano, inglés y francés con toda soltura y naturalidad.

Humildemente, yo hablo mi castellano creo que bien, aprendí inglés, y mi abuela Mamatila me enseñó algunas frases graciosas en quechua. Mi mamá entiende quechua, pero no lo practica porque no tiene con quién.

No recuerdo cuál fue la última carta que escribí en papel. ¿La primera? Una que envié a los ocho años, a una editorial en España, por un aviso que encontré en una revista. Me respondieron con un gran mapamundi que revisé por meses con mi papá, en la casa de San Felipe, los sábados por la mañana. Ya no creo que existan ese tipo de promociones. Ahora, cuando quiero escribir a mis hermanas en Canadá y en Chile, abro mi Facebook y les dejo un mensaje en el pizarrón, con fotografía incluida. Uno de estos días, le ayudaré a Álvaro a mandar su primera carta.