viernes, 20 de noviembre de 2009

El tercer y último mito que puede llevarnos a la ruina

Elizabeth Tavera es lingüista, catedrática y enemiga declarada del barroquismo en la redacción de documentos. El miércoles de esta semana, ella se reunió con una veintena de funcionarios públicos y consultores de organismos cooperantes, para conversar sobre un tema que nos atañe también a los periodistas: el lenguaje llano.


Para quienes todavía no han reflexionado al respecto, habría que partir diciendo que el asunto del lenguaje tiene una variable muy vinculada con el ejercicio de los derechos ciudadanos.


Un comprador que no entiende lo que Saga coloca en letras pequeñas al final del contrato para la compra de un televisor, difícilmente podrá tomar una decisión informada y, entonces, se verá obligado a pagar con la boca cerrada los intereses, portes y comisiones que la tienda establece con amplio margen a su favor.


Lo mismo sucede con el contribuyente que no comprende las reglas de la Sunat para el pago de impuestos. Términos como percepciones, detracciones, PDT y tratamiento arancelario saben a chino para el trabajador común y corriente que tiene la intención de abrir un negocio. Por eso, la tributación termina convertida en una valla con charco para la formalización de la pequeña empresa.


Ejemplos para entender cómo la redacción engorrosa de los documentos públicos limita el ejercicio de los derechos ciudadanos hay de sobra. Después de presentar su ponencia en power-point, la profesora Tavera distribuyó fotocopias con un texto para jalarse los pelos. Era un fallo judicial con la historia de una mujer que fue agredida por un sujeto que se negaba a reconocer la golpiza.


No era para reírse, pero la redacción de la sentencia se prestó a la chacota entre los asistentes a la reunión. Y es que el lenguaje de los magistrados y los abogados –por esos misterios de la cartografía política— está cargado de formas arcaicas, moldes ininteligibles y referencias ampulosas a hechos y situaciones que podrían contarse con más simpleza.


Junto al fallo, Elizabeth colocó el mismo texto reelaborado en lenguaje llano. El cambio saltó a la vista: la sentencia laberíntica se había transformado en una crónica con el relato detallado de la agresión, los exámenes a los que se sometió la agraviada para reclamar justicia, los alegatos del sinvergüenza y el sorprendente argumento del juez para otorgar una sanción benigna.


Entre los presentes estaba un señor de la Academia de la Magistratura y trató de vender la idea de que las sentencias no se redactan para que las entienda el público masivo, sino para que las comprendan los abogados de las partes. Es decir, para un público especializado que conoce de leyes y jurisprudencia. Pese a sus esfuerzos por convencernos, nadie le dio la razón.


Entonces, otra vez la pregunta: ¿Y qué tiene que ver todo esto con nuestro diario? Pues, mucho. Como periodistas, trabajamos con el idioma y somos responsables de “traducir” conceptos complejos de la economía, la política y el derecho a un lenguaje asequible para el público promedio.


“¡Pero, mi público es especializado!”. Adivino el comentario en algunos de nuestros colegas, para justificar las “sábanas” plagadas de tecnicismos, párrafos kilométricos y referencias a códigos que nadie conoce. Es cierto, las personas que reciben El Peruano son, en su mayoría, profesionales, ocupan cargos de responsabilidad, toman cursos de actualización una vez al año y viven pegados a la Internet. Pero, en el fondo, son lectores como cualquier otro: si un texto periodístico les gusta, lo leen; si no, pasan a otra cosa.


Años atrás, le planteé el tema a Xavi Díaz de Cerio, en las semanas en que preparábamos el relanzamiento de nuestro periódico. En una de las reuniones matinales entre redactores, fotógrafos y editores –esa en que Tarqui se cayó de la silla con tal estrépito que provocó la risa general— Xavi fue contundente para responder: “Eso del público especializado es un pretexto de los periodistas que no saben escribir.”


En resumen, amigos, el argumento del “público especializado” es el tercer y último mito que debemos desterrar, en nuestro propósito de armar un diario más amigable con nuestros lectores.

La vida es para vivirla