martes, 17 de marzo de 2009

Yo también fui pelado


Todo ese año estudié en la academia Sigma. Mi mamá quería que fuera ingeniero. A mí, la verdad, la trigonometría y la física me tenían sin cuidado. Faltando poco para el examen de admisión, me aprendí de memoria la tabla periódica de los elementos químicos y pude por fin citar, como quien declama, las fórmulas del hiposulfito de calcio, el ácido nítrico y el nitrato de arsénico. Era un mundo de abstracción donde todo podía resumirse en una fórmula matemática. Aparte del examen mismo, la única oportunidad en que todo ese conocimiento me fue útil se me presentó cuando leí las leyendas de Francisco El Hombre y los alquimistas que visitaban Macondo de tiempo en tiempo. No había nada que descifrar. Era simple acercamiento a una verdad distante.


En toda esa temporada de 1983, armé grupo con varios muchachos, entre los cuales estaban dos postulantes profesionales: “Amigov” y “Pitágoras”. Sus nombres no los recuerdo. A “Amigov” lo llamábamos así porque era alto y blancón y le habíamos creado una pequeña historia. Supuestamente, era ruso y venía enviado de Moscú, con el objetivo de conocer el sistema preuniversitario en un país del Tercer Mundo, aliado de la Unión Soviética en los tiempos pre glassnot. Por eso, nunca ingresaba: su misión era conocer el mundillo de las academias de preparación. “Pitágoras”, en cambio, era chato, llevaba unos bigotes bien recortados y pretendía resolver todos los problemas sobre tangentes y cotangentes aplicando a su manera la fórmula clásica: la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. Pero a la hora del examen, la mayoría de las preguntas giraba en torno a otras cosas. Y así, “Pitágoras” se quedaba siempre en la puerta del horno.


Había también un chico con acné belicoso. Supongo que la tensión por lograr el ingreso a la UNI acrecentaba su crisis de granitos. Algunas tardes, él llegaba con una capa de crema rosada cubriéndole la piel de oreja a oreja. Yo tuve un poco de suerte. Me preparé a medias, con la seguridad de que aunque no ingresara a la UNI en marzo, todo lo aprendido en la Sigma me serviría para pasearme en el capítulo de ciencias cuando me tocara postular a San Marcos. Pero ingresé a la primera, a la facultad de Ingeniería Económica.Y fue así como empecé mis cursos de geografía económica, ciencias sociales, urbanismo, metodología del trabajo intelectual y, por supuesto, matemáticas uno y matemáticas básicas. No aprobé ninguna de las dos matemáticas, pero la vida universitaria era para mí otra cosa. Para empezar, me daba cierto estatus en el barrio, donde muy pocos habían pisado un campus o un aula con graderías tipo estadio.


La tarde en que la UNI publicó los resultados del examen de ingreso 1984-I en los muros del pabellón central, me acompañaba Miguel Ríos. Ahora él es alcalde distrital de Carabayllo, pero entonces era alumno de Ingeniería Civil y estaba a la espera de que algún conocido esbozara una sonrisa delatora frente al listado de los ingresantes, para agarrarlo por el pescuezo y empezar a llamar a la turba, a gritos: “¡Cachimbo, cachimbo!”. Yo tuve tiempo apenas para pedir que me dejaran sacar mis documentos del bolsillo del pantalón, antes de que me arrojaran a la pileta. No sé por qué motivo, ese día fui a ver mis resultados con unas botas marrones. Cuando pude ponerme de pie, me di cuenta de que aún faltaba la segunda parte. Unos forzudos, de esos que paraban todo el día en el gimnasio de la UNI, me esperaban con sus tijeras filosas. Salí de la pileta con mis botas mojadas, chorreando agua por todos lados, y así, paradito frente a los fortachones que se jaraneaban trasquilándome a su antojo, supe que ya estaba en la universidad.


Hace dos semanas, Álvaro y Juan Pablo se han cortado el cabello a cero. Querían empezar su año escolar con las cabezas rapadas. No los entiendo. De chico, yo detestaba que me pelaran. A mi hermano Lucho y a mí, mi papá nos sentaba en una silla de madera en el segundo piso de la casa y nos pasaba la maquinita de abajo hacia arriba hasta dejarnos calvos. De grande, la única vez que volví a estar pelado fue cuando ingresé a la UNI, en mis tiempos de cachimbo 84-I.