viernes, 6 de febrero de 2009

Periodismo, materia opinable

El profesor Jorge Hani preguntó una noche a los alumnos de comunicación social: “¿Cuál sería el titular de portada en un periódico sensacionalista al día siguiente de la muerte de Jesucristo?” Harry no lo dijo en voz alta, pero me lo comentó dándome un golpecito de codo, con la sonrisa socarrona que utilizaba cada vez que iba a anunciar una de sus genialidades: “¡Crucifican a loco pelucón y subversivo!”.
Sorprendido, le retruqué: “Tú estás cojudo, ¿no? ¿Cómo podrías decir eso de Cristo?” Estábamos a mediados de los ochenta y el fenómeno de los diarios chicha no había llegado aún al nivel de paroxismo que alcanzaría una década más tarde, alentado por la dupla Fujimori-Montesinos. Pero después de lo que nos tocó ver de 1990 para adelante, cualquier cosa puede esperarse de la prensa basura.

Ya nada asombra. Tal como advierten los críticos de la comunicación y los medios masivos, al fijar la luz de sus reflectores sobre una parte del escenario social, el periodismo deja muchas otras zonas en una oscuridad conveniente para quienes tejen sus tramas bajo la mesa. De eso se trata: la prensa que juega en pared con los intereses particulares tiene siempre a la mano sus fuegos de artificio.

Al leer esto, quienes saben que trabajo para el diario oficial podrían acusarme de cinismo o, al menos, de ingenuidad. ¿Qué les respondo? Tratamos de hacer un periodismo enfocado en aquello que la prensa privada no destaca, en las cosas que –-en medio de las dificultades— son positivas para el país, en los poco promocionados esfuerzos públicos para alcanzar las grandes metas de la sociedad.

Es cierto que muchas cosas marchan mal en el Perú; que hay corrupción, que el crecimiento es desigual y que la incapacidad de algunas autoridades resulta ofensiva. No ignoro esa realidad: soy periodista y, sobre todo, ciudadano. Por eso mismo, nunca rehuiría a la crítica ni me escudaría en el refrán popular “Chamba es chamba, hermano”. El periodismo, en última instancia, es materia opinable.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Un regalito de Bunbury


Un regalito de Enrique Bunbury, el líder de Héroes del Silencio. Hagan como decía Alex Lora: “Agasajen la oreja con esta melodía”. Aún ahora, la oscuridad sigue siendo para mí un misterio insondable. La noción de la muerte infinita, en cambio, no me atormenta como en el pasado. Con el transcurrir del tiempo, la idea de una eternidad benevolente ha terminado por empaquetar ciertos temores en una maleta de doble fondo: están allí, pero ya no los veo. Como todos, o casi todos, prefiero sentir solo aquello que me conviene.





AUNQUE NO SEA CONMIGO


A placer

puedes tomarte el tiempo necesario

que por mi parte yo estaré esperando

el día en que te decidas a volver

y ser feliz, como antes fuimos.


Sé muy bien

que como yo estarás sufriendo a diario

la soledad de dos amantes que al dejarse

están luchando, cada quien, por no encontrarse.


Y no es por eso

que haya dejado

de quererte un solo día

estoy contigo aunque estés lejos de mi vida

por tu felicidad

a costa de la mía.


Pero si ahora tienes

tan solo la mitad

del gran amor que aún te tengo

puedes jurar que al que te quiere lo bendigo:

Quiero que seas feliz

aunque no sea conmigo.


Y no es por eso

que haya dejado de quererte un solo día,

estoy contigo

aunque estés lejos de mi vida

por tu felicidad

a costa de la mía.


Pero si ahora tienes

tan solo la mitad

del gran amor que aún te tengo

puedes jurar

que al que te quiere lo bendigo:

Quiero que seas feliz…

aunque no sea conmigo.

martes, 3 de febrero de 2009

La recordaba más bonita


Como a algunas mujeres, yo la recordaba más bonita. Veinte años atrás, la conocí en una noche de fiesta. La miré fijamente, para beberme de una sola pasada su color, su perfume, el ruido con que la grabaría en mi mente, sus dimensiones, su mejor ángulo. Y también me exploré con detenimiento, para fijar un registro de lo que pensaba esa noche de marzo o abril, porque tenía claro que de esa primera impresión dependerían mis reacciones futuras, cada vez que alguien pronunciara su nombre.

Era de noche y hacía frío. Tal vez por eso, cuando Paul Rouillon sacó de una bolsa de plástico una botella de ron, todos nos frotamos las manos. Había gente por todos lados, esperando la hora de la celebración en grande. Nosotros veníamos de un pueblito a un cuarto de hora, predestinados para la juerga. En cierto momento, nos separamos en grupos: algunos querían comprar chompas de lana y guantes de alpaca, otros buscaban comida, y otros más querían tomar fotos. Yo me quedé con los que tenían el trago.

Rubén Gorritti hablaba de primas. Creo que por esa temporada trabajaba en una aseguradora y su tema preferido eran las pólizas por accidentes de tránsito. Como soy un tipo silencioso, yo apenas intervenía para decir “¡Salud!” de rato en rato, cuando me tocaba el turno con la botella. En las bancas vecinas, chicos y muchachas armaban su propio alboroto esperando a la procesión, que aparecería en cualquier momento por una de las esquinas.

La recodaba más bonita, es cierto. Para empezar, se me hacía que su catedral era más grande, que había más comercios en las calles laterales y que, en su centro, una pileta enorme dominaba la escena. Volvería a verla de día, de modo que guardé en mi memoria un cielo más celeste, un sol más radiante, un aire más puro. ¿Dónde está la Tarma que yo conocí?, me sigo preguntando hoy, tal como hace dos semanas, la tarde en que caminaba por su plaza de armas con Álvaro y Juan Pablo, en busca de un restaurante.
Tengo mis propias respuestas. Esa noche, hace veinte años, miré a Tarma con otros ojos. Esa noche, los dos llegamos a la cita con nuestras mejores intenciones.