El profesor Jorge Hani preguntó una noche a los alumnos de comunicación social: “¿Cuál sería el titular de portada en un periódico sensacionalista al día siguiente de la muerte de Jesucristo?” Harry no lo dijo en voz alta, pero me lo comentó dándome un golpecito de codo, con la sonrisa socarrona que utilizaba cada vez que iba a anunciar una de sus genialidades: “¡Crucifican a loco pelucón y subversivo!”.
Sorprendido, le retruqué: “Tú estás cojudo, ¿no? ¿Cómo podrías decir eso de Cristo?” Estábamos a mediados de los ochenta y el fenómeno de los diarios chicha no había llegado aún al nivel de paroxismo que alcanzaría una década más tarde, alentado por la dupla Fujimori-Montesinos. Pero después de lo que nos tocó ver de 1990 para adelante, cualquier cosa puede esperarse de la prensa basura.
Ya nada asombra. Tal como advierten los críticos de la comunicación y los medios masivos, al fijar la luz de sus reflectores sobre una parte del escenario social, el periodismo deja muchas otras zonas en una oscuridad conveniente para quienes tejen sus tramas bajo la mesa. De eso se trata: la prensa que juega en pared con los intereses particulares tiene siempre a la mano sus fuegos de artificio.
Al leer esto, quienes saben que trabajo para el diario oficial podrían acusarme de cinismo o, al menos, de ingenuidad. ¿Qué les respondo? Tratamos de hacer un periodismo enfocado en aquello que la prensa privada no destaca, en las cosas que –-en medio de las dificultades— son positivas para el país, en los poco promocionados esfuerzos públicos para alcanzar las grandes metas de la sociedad.
Es cierto que muchas cosas marchan mal en el Perú; que hay corrupción, que el crecimiento es desigual y que la incapacidad de algunas autoridades resulta ofensiva. No ignoro esa realidad: soy periodista y, sobre todo, ciudadano. Por eso mismo, nunca rehuiría a la crítica ni me escudaría en el refrán popular “Chamba es chamba, hermano”. El periodismo, en última instancia, es materia opinable.
Ya nada asombra. Tal como advierten los críticos de la comunicación y los medios masivos, al fijar la luz de sus reflectores sobre una parte del escenario social, el periodismo deja muchas otras zonas en una oscuridad conveniente para quienes tejen sus tramas bajo la mesa. De eso se trata: la prensa que juega en pared con los intereses particulares tiene siempre a la mano sus fuegos de artificio.
Al leer esto, quienes saben que trabajo para el diario oficial podrían acusarme de cinismo o, al menos, de ingenuidad. ¿Qué les respondo? Tratamos de hacer un periodismo enfocado en aquello que la prensa privada no destaca, en las cosas que –-en medio de las dificultades— son positivas para el país, en los poco promocionados esfuerzos públicos para alcanzar las grandes metas de la sociedad.
Es cierto que muchas cosas marchan mal en el Perú; que hay corrupción, que el crecimiento es desigual y que la incapacidad de algunas autoridades resulta ofensiva. No ignoro esa realidad: soy periodista y, sobre todo, ciudadano. Por eso mismo, nunca rehuiría a la crítica ni me escudaría en el refrán popular “Chamba es chamba, hermano”. El periodismo, en última instancia, es materia opinable.
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