sábado, 27 de junio de 2009

Medios y democracia: acertijo por resolver

La última clase con Rafael Roncagliolo en la Escuela Electoral me ha dejado pensando. No es que no piense muy a menudo, por cierto, sino que la idea con la cual cerró el curso la noche del viernes parecía teledirigida a quienes estamos metidos en periodismo. Palabras más, palabras menos, su advertencia –casi un lamento— fue directa: La democracia es incompatible con las reglas y los fundamentos con los que juegan los medios de comunicación.


¿Qué tanto aporta la prensa a la gobernabilidad y a la estabilidad del país? Hay respuestas para todos los gustos. Incluso, con ánimo de confrontación, algunos de nosotros podríamos preguntar: ¿Y acaso el papel de la prensa es aportar a la gobernabilidad? Lo que nadie podría refutar es lo que Roncagliolo añadió después, para sostener su punto de vista: Para los periodistas, el consenso no es noticia; el conflicto, en cambio, siempre es noticia.


Los medios de comunicación constituyen el más importante de los poderes fácticos en democracia. Y su fortaleza aumenta en relación directa con la debilidad de los partidos. Por eso, la relación entre medios y políticos es siempre compleja.


En el inicio de la democracia contemporánea, los actores clave del sistema eran los grupos parlamentarios, los miembros de las cámaras. Maurice Duverger afirma que para formar un partido político había que tener tres cosas: un grupo parlamentario, un comité electoral y un periódico. Después, cuando la sociedad avanzó hacia la democracia de los partidos de masas, el eje de la actividad política se concentró en las maquinarias electorales. Había que aglutinar militantes, simpatizantes y electores en calles y plazas, para ganar votos y acceder al control del Estado. La más reciente etapa en esta escalera es la democracia mediática o democracia de audiencia, donde los líderes ya no son dirigentes al viejo estilo, sino “dirigidos” por los medios y las encuestas. Hoy, en la práctica, el líder más exitoso es aquel que ha aprendido a sintonizar con la agenda pública expresada en los medios, principalmente en la televisión.


Pero, ¿si los medios tienen una agenda y unos intereses muy poco comprometidos con la gobernabilidad, centrados básicamente en el escándalo, como una forma de hacer negocio, a quién están respondiendo en el fondo los políticos? Mientras los periodistas y los grupos de poder económico que controlan los medios –los dos elementos a la vez, seguramente— no consigan resolver el acertijo de su función y responsabilidad en el juego democrático, continuaremos como hasta hoy, con un país sin consenso en torno a un proyecto nacional y que no termina de cuajar ni en lo político, ni en lo económico, ni en lo social.