El buen Julio César quiere ser un papá modelo. Como la mayoría de muchachos de su generación, usa pantalones rasgados con parches a la rodilla, polos apretaditos y zapatos extraños.
No sé a ciencia cierta con qué soñaba de chico, pero de joven él despertó de golpe a la realidad, cuando estaba por cumplir 23 años. Es una historia que se repite, con matices de asombro y preocupación de acuerdo con la personalidad de los involucrados.
Entre la primera noticia, los controles del embarazo y el parto, Julio César practicó más matemáticas que en todos sus años en el colegio: esto para pañales, tanto para medicinas, más esto para la leche; al sueldo se le resta el gasto fijo de luz y agua, y lo que queda se divide entre treinta días.
Lo conocemos como “Yiyo”, es zurdo y es fanático de Alianza Lima, lo cual es irrelevante (para esta historia). Juega fulbito con la gente de San Pedro los domingos en el Manhattan Park –el rimbombante nombre de un terral donde el municipio de Comas ha construido dos lozas deportivas— y trabaja en un restaurante de comida criolla.
Alguna vez me comentó que quería estudiar cómputo y yo lo desanimé diciéndole que la carrera de “computación e informática” que ofrecen las academias del centro sólo sirve cuando tienes una aplicación concreta que darle en el trabajo diario.
Dos o tres años atrás, Gustavo Yamada presentó un informe lapidario sobre la tasa de retorno de la educación superior no universitaria. En dos patadas, lo que el experto del CIES sostiene es que si un joven se mete en un instituto de Wilson a estudiar alguna de esas especialidades de moda, está perdiendo dinero.
La tasa de retorno es cercana a cero: es decir, aunque estudiaras en Wilson, una vez que termines, con tu cartoncito bajo el brazo, tu sueldo será igual al que recibirías si no hubieras estudiado nada.
A modo de consejo, Yamada comenta que en lugar de pagar mensualidad tras mensualidad por tres años consecutivos, mejor sería ahorrar esa plata para montar un pequeño negocio, comprar un carrito “sanguchero” o conseguirse una remalladora.
Tal como están las cosas, la paternidad no es cosa de juego. En realidad, nunca lo ha sido, y menos aún para los más jóvenes. Ser padre significa, en muchos casos, postergar nuestras justas y legítimas aspiraciones por el futuro de la patria. Porque los niños son el futuro de la patria, ¿cierto?
Julio César quiere ser un papá modelo. Y, en un sentido amplio y a su manera, ya lo es. Ayer, por ejemplo, dejó de jugar el fulbito –que tanto le gusta y que tantas tristezas le trae– para pasar una tarde con su familia. No es mucho, pero es un indicador.
Yo, por mi parte, pongo a su consideración estas fotografías, en las que el gran Yiyo modela para el lente de “Silencio Pirata”, con unos zapatos respecto a los cuales me abstengo de hacer cualquier comentario, por respeto a la sensibilidad de algunos lectores. Es el Papá Modelo 2009.