miércoles, 11 de noviembre de 2009

Otro mito que puede llevarnos a la ruina

La mañana en que llegué hasta el portón de El Peruano en el jirón Andahuaylas para pedir una oportunidad como redactor, llevaba en la cabeza una serie de prejuicios sobre el trabajo de la prensa oficial que he ido descartando de a pocos.

El más importante de estos prejuicios es el mismo que aun repiten –en tono de crítica— algunos colegas que prestan servicios en los diarios privados. Y es el mismo que todavía percibo en ciertos compañeros de El Peruano, en nuestro trato cotidiano.

Para ser sincero, muchos de estos amigos no tienen un argumento explícito y articulado. Pero, palabras más, palabras menos, dicen así: “En El Peruano no hay libertad para hacer periodismo; no hay posibilidad de criticar al Gobierno.”

Augusto Álvarez Rodrich, ex director de Perú.21, podría darnos una pista más personal para entender el problema de fondo. En un panel con editores y directores de diarios de la Comunidad Andina, en 2007, Augusto planteó una situación inquietante.

Como no recuerdo sus palabras exactas, voy a parafrasear. Pelearse con los propietarios del Grupo EC –comentó– es pelearse con cuatro diarios, dos canales de televisión y tres revistas al mismo tiempo; así que más vale pensarlo dos veces. Si de trabajo se trata, se te cierran un montón de oportunidades.

Es cierto que Álvarez Rodrich dijo también que nunca había recibido presiones para no tocar en Perú.21 casos espinosos en los que estaban en juego intereses vinculados al grupo. Y que incluso se sentía en libertad para cuestionar, en su columna, la línea editorial de la nave nodriza. Lo que vino después para él es historia conocida.

¿Y qué tiene que ver todo esto con El Peruano? El apunte del ex director es valioso porque muestra de primera mano, y al más alto nivel, la realidad de la prensa en nuestro país. El ejercicio del periodismo afronta restricciones innegables, no siempre escritas pero sí bien definidas por quien controla el medio.

Al grano. Como entre brujos no vamos a adivinarnos la suerte, admitamos que todo periodista sabe que cada medio de prensa coloca sus propias advertencias en el terreno de la información: “Peligro, campo minado”.

Sin embargo, incluso aceptando esta realidad, me animo a asegurar que en el diario del Estado trabajamos con menos barreras que en la prensa privada, donde los intereses del inversionista al timón son sagrados y deben defenderse –obvio– hasta con la última gota de periodismo independiente.

Lo que me queda claro es que el equipo del diario oficial tiene un territorio amplísimo para desarrollar información con espíritu crítico y ánimo constructivo. Por ejemplo, yo no observaría un artículo que me dijera que Cajamarca y Huancavelica generan miles de millones de dólares en minería y, pese a ello, son las regiones con la mayor pobreza extrema por una deficiente intervención del Estado.

Nadie debería saltar de su asiento por una verdad bien dicha. En el fondo, ejercer un periodismo plural que aprende a combinar el cuestionamiento con la propuesta nos ayudará a ganar público y prestigio. No olvidemos que el objetivo en la nueva etapa que estamos por comenzar es hacer de cada comprador un lector.

Finalmente, entonces, no nos jalemos los pelos con el rollo de que en El Peruano no hay libertad para criticar ni para hacer periodismo. Ese es otro mito que puede llevarnos a la ruina y que, por cierto, estamos decididos a desterrar.