jueves, 26 de noviembre de 2009

¿El último verano de Ancón?

Con el solsticio del 21 de diciembre, en tres semanas comenzará lo que podría ser el último verano de Ancón. En esta pequeña bahía al norte de Lima –el balneario más exclusivo de la capital en la década de 1970—, la empresa Santa Sofía espera una licencia para iniciar la construcción de un puerto en el primer semestre del próximo año.


A juzgar por lo que se dice en la prensa y lo que se lee en Internet, la población anconera parece estar dividida. La mayoría se opone a la construcción del puerto; pero hay también quienes están a favor.


En la esquina verde, pescadores artesanales, propietarios de edificios con penthouse, pequeños comerciantes y veraneantes nostálgicos hacen causa común para enfrentarse a la operadora portuaria del poderoso grupo Romero.


En la esquina roja, una asociación de micro y pequeños empresarios se pone en línea con Santa Sofía, para reclamar las oportunidades de “trabajo digno” que sus miembros dicen no haber tenido nunca y que creen encontrarán con la llegada de buques cargueros, grúas y camiones de gran tonelaje.


En su página web “No al puerto de Ancón”, los defensores del esquema balneario hacen advocacy. Se quejan del peligro de contaminación marina y presionan para que las autoridades del Gobierno no den luz verde a la obra. Su argumento es la conservación; su demanda es el respeto por la naturaleza; y su objetivo es mantener la bahía tal como está ahora.


Los promotores de la página “Sí al puerto de Ancón”, en cambio, apuestan por la contundencia de las cifras y aseguran que el puerto generará 320 empleos directos y mil indirectos en su etapa de operación, de aquí a dos años.


“Es decir, los pobladores de Ancón podrán tener sus propios negocios, como bodegas, restaurantes, se impulsará el turismo, habrá más pasajeros para los mototaxistas, entre otros, pues habrá mayor movimiento comercial”, aseguran, con la lógica del bulldog que espera tranquilo a un costado de la mesa, confiando en que en algún momento sus amos lanzarán el hueso con hilachas de carne.


Aprovechando los recursos de la fotografía satelital, los contrincantes han proyectado a su manera lo que sería Ancón con el puerto clavado entre sus aguas.


La gente del “Sí” coloca una inofensiva “T” de color amarillo sobre el sector norte de la bahía y jura que los diques, los rompeolas y los espigones no afectarán la pesca artesanal, los deportes acuáticos ni las actividades de veraneo.


La oposición –llamémosla así, a tono con la jerga política— considera que todo eso es mentira y que los promotores del puerto, con su pequeña “T” en yellow, ocultan la verdadera magnitud de las obras. Según el boceto “La realidad”, las operaciones portuarias ocuparán casi del 50 por ciento de la bahía, hiriendo de muerte a la pesca, la regata y el descanso de verano.


Para no chocar de nariz contra la población, la empresa del grupo Romero prefiere jugar sus cartas a un estudio de impacto ambiental que, eventualmente, demostraría que el puerto no causará contaminación ni afectará la pesca.


Una vez más, conservación y desarrollo encuentran una nueva “Bombonera” para medir fuerzas. Es cierto que el desarrollo y el capital no tienen por qué ser sinónimo de destrucción, pero eso ocurre cuando el Estado asume su papel de mediador y garante del cumplimiento de las normas ambientales.


Con aires de lejanía entre quienes disfrutan sus vacaciones en el sur, y de incredulidad entre quienes alguna vez fuimos asiduos de sus playas, lo peor que puede ocurrirle a esta bahía es la indiferencia. Ojalá que no sea éste el último verano de Ancón.

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