
A la edad de seis años, los únicos viajes que tenía en mi cuenta eran dos: el Callao-Chincha en los brazos de mi madre, a los pocos días de mi nacimiento; y el Chincha-Lima, en el Ford Taunus amarillo con techo negro de mi papá, cuando nos mudamos para siempre a la capital.
Años después, mis hermanos y yo tuvimos unas vacaciones cortas en Pacaynigua –no sé si se escribe así, pero el lugar era lindo—, una de las quebradas que bajan del oeste de Ayacucho hacia las pampas de Nasca. Mi mamá fue profesora en esa zona y conservaba algunos parientes y amigos que nos recibieron con todo gusto.
Me acuerdo de estas salidas de infancia por simple comparación. Álvaro y Juan Pablo se han ido con su mamá a Santiago de Chile, a pasar los feriados de Semana Santa con mi hermana Patricia, mi cuñado Josías y mis sobrinos Rodrigo y Ximena.
En el tema de los viajes, a Álvaro le ha tocado la suerte del principiante. Tiene apenas seis años y ya conoce Cajamarca, Ayacucho, Tarma, Chanchamayo, Pichanaki, Huaraz, Yungay, la ciudadela de Caral, San Miguel de Acos, Antioquia, Cruz de Laya, Supe Puerto, el Parque Nacional del Huascarán, Canta y Obrajillo, Santa Rosa de Quives, Licahuasi, la ruta Pachacamac-Cieneguilla por Pampa Flores, la gruta de Huagapo, una parte de Huancavelica, la pampa de
Muchos de esos momentos los tiene registrados en fotos, tanto en papel como en soporte electrónico, y muchos otros permanecerán en su memoria solo por un tiempo, hasta que los olvide sin vuelta atrás.
Estoy seguro de que conocer el país, aunque sea por visitas cortas, hará que los dos se sientan orgullosos de su condición de peruanos. Y cuando les toque salir, tendrán como respaldo el saberse herederos de un país hermoso, rico en historia, prometedor en economía, fascinante en cultura y generoso en cariño.
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